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Sobre la despenalización del aborto

Publicado en Temple, n° 1 de la nueva época

Ana Molina
Militante de la Juventud Comunista de Bolivia

El debate sobre la necesidad de despenalizar el aborto ha sido largamente transitado y hasta superado en muchos países. La evidencia científica y la verdad terminan por imponerse. De lo que no se ha debatido y reflexionado con la necesaria profundidad es de la naturaleza de los planteamientos políticos e ideológicos de los distintos movimientos que se hallan bajo el paraguas de la lucha por la despenalización del aborto.

La consigna más común y ampliamente difundida propugna el derecho a decidir, sin embargo la mayoría, las mujeres trabajadoras no podemos plantearnos el derecho a decidir, sino el derecho a la interrupción y a la planificación. Decidir es un lujo que no existe para la mayoría de las mujeres que abortan. La inviabilidad material y objetiva de una maternidad sana y digna hace que las mujeres pobres no decidan sino que se vean obligadas a abortar.

Alvaro Cunhal, destacado dirigente del Partido Comunista Portugués, en su tesis sobre el aborto, distingue entre el aborto practicado por mujeres de clase trabajadora y mujeres de sectores acomodados, considerando el primero como un aborto de necesidad y el segundo como un aborto de lujo, porque existen condiciones materiales y objetivas que distinguen no sólo las condiciones sino también las motivaciones de cada caso.

Debemos empezar reconociendo que hay mujeres abortando en la más precaria clandestinidad para reconocer las sistemáticas desigualdades e injusticias del sistema. Luego debemos comprender las condiciones de vida que llevan a las mujeres a abortar. Comprendemos que las injusticias de clase que no hacen más o menos legítimos a unos abortos que a otros, pero sí los hacen política y socialmente muy distintos. En países en los que el aborto es ilegal las trabajadoras deben acudir a centros clandestinos en los que no existen ni las mínimas medidas de salubridad necesarias; mientras las mujeres burguesas o aburguesadas pueden pagarse abortos en clínicas con óptimas condiciones o sencillamente se van a otros países a practicar el aborto. De igual manera, aún en países en los que el aborto ha sido despenalizado, la diferencia entre la sanidad pública y la sanidad privada marca profundas diferencias en las condiciones en las que trabajadoras y burguesas practican el aborto, como en cualquier otra intervención médica. Es en este sentido que, la despenalización del aborto es vacía si no va de la mano con la lucha por la sanidad pública, gratuita, universal y de calidad.

El aborto es una política de salud pública urgente pero también hay que entenderla como una medida que logrará justicia económica para las mujeres, ya que la maternidad no planificada en las familias trabajadoras agrava su difícil situación. El capitalismo no oprime a todas las mujeres por igual y las desigualdades que marcan la condición de la mujer trabajadora en el sistema capitalista son particularmente lacerantes y violentas.

Tampoco debemos olvidar que también existe mucha desigualdad en cuanto al acceso a la educación en general y a la educación sexual y de planificación en particular.

Por todo lo expuesto anteriormente es que creemos que la lucha por la despenalización del aborto debe vincularse estrechamente a la lucha por la superación del sistema capitalista. La liberación humana de la opresión capitalista pasa por las liberaciones específicas que necesitan las mujeres trabajadoras.

Nuestras voces deben alzarse por el derecho a la maternidad paga; por oportunidades de trabajo estable con salarios dignos; y por el derecho a una educación científica, gratuita, y de calidad y por el acceso gratuito y universal a la salud, incluida la interrupción del embarazo.


Sofía Gabriel
Militante de la Juventud Comunista de Bolivia

«Qué violentos y peligrosos se han vuelto los feminismos inmersos solamente en sí mismos como principales fronteras de lucha y carentes totales de horizontes políticos. El tema de la revolución social aparece relacionado con el de la organización del proletariado en partidos políticos y los grupos de vanguardia de las clases sociales. Rechazar estos principios de organización estructurada en una sociedad condicionada económicamente, desconoce la necesidad impuesta a los trabajadores por su vida cotidiana y su actividad productiva, y amplía esta mitología del “individuo autónomo” que destruye las posibilidades que tienen las bases sociales de agruparse en función colectiva con el fin de oponer un frente a la burguesía en los terrenos políticos. Los orígenes del feminismo toman a la mujer blanca de primer mundo como sujeto político por miedo a la reproducción de jerarquías autoritarias que pretendían combatir mirando únicamente al hombre blanco como un referente de igualdad. Este feminismo burgués se multiplica cuando se habla de la necesidad de reconocer al Estado como herramienta y como símbolo de relaciones enfrentadas de clase, el cual no puede “abolirse” mediante un acto de voluntad, sino una vez que las relaciones sociales hayan cambiado radicalmente. Si el feminismo no se hermana urgentemente con la clase trabajadora, difícilmente podrá seguir denominándose como una lucha antipatriarcal. La praxis revolucionaria implica tomar posiciones que pueden parecer moralmente contradictorias, pero que son la única solución para alcanzar transformaciones estructurales. Mientras dentro del movimiento feminista se continúe excluyendo y agrediendo a compañeras que optaron por la izquierda partidista, el feminismo continuará siendo un espacio seguro solamente para algunas mujeres. Y mientras no sea un espacio seguro para todas las mujeres, el feminismo continuará siendo irrelevante para las mujeres obreras del sur global. ”